martes, 29 de noviembre de 2011

AÚN RECUERDO…

Nunca me he considerado una persona altruista, pero lo que te voy a contar, me sorprendió incluso a mí mismo porque salvé la vida de un hombre.
Sucedió en el año 88. Lo recuerdo muy bien porque ese día perdí al amor de mi vida.
Aquella tarde tenía que encontrarme en el café “Le Soir” con Bernadette, mi prometida. Cuando llegué, la vi enseguida. Estaba sentada saboreando un capuchino. Me la quedé mirando a través del cristal de la ventana antes de entrar. Me gustaba observarla sin que ella se diera cuenta.  La noté distinta. Parecía estar nerviosa. Su mirada estaba perdida, como ausente, y no paraba de remover el café de forma compulsiva. Cuando me senté frente a ella dio un pequeño bote, sobresaltada.
Estuvimos charlando de cosas sin importancia hasta que Bernadette pronunció la trágica frase.
-Lo siento, André - me dijo en un tono de voz que casi parecía un susurro-. No puedo seguir así.
Ante mi expresión de incredulidad trató de explicarme que había conocido a otro. Poco más quedó por decir entre nosotros.
Salí del café aturdido. Incapaz de asimilar lo que acababa de pasar, empecé a vagar por las callejuelas. El sol ya se había ido y estaba anocheciendo. Oí el sonido de un trueno.
-“¡Mierda! Lo que me faltaba. Seguro que se pone a llover”.
No podía parar de andar. Fue entonces cuando vi un hombre asomado a la barandilla del puente tambaleándose. Gritaba sin cesar  pero a su lado no había nadie. Llevaba una americana de pana raída y un viejo sombrero que no llegaba a cubrir  su cabello pelirrojo.  Con una mano sujetaba lo que parecía ser una carpeta de dibujo  y con la otra blandía una botella de absenta medio vacía.
-Deténgase- le dije al descubrir que estaba a punto de saltar -. No haga tonterías.
-Déjeme tranquilo.
Me acerqué a él para intentar evitar que pudiera lanzarse.
-Tranquilícese. No creo que arrojarse al agua sea la solución a sus problemas.
-¿Y usted que sabrá?
-Estoy seguro de que lo que ahora piensa que es tan grave, tiene solución. Mañana lo verá desde otra perspectiva.
-¡Váyase por donde ha venido!-continuó el borracho elevando la voz-. No sabe nada sobre mí. Hace poco tiempo llegué a este pueblo del sur para alejarme de París. Vine en busca de tranquilidad, luz y belleza. Quería encontrar algo que me inspirara, pero ahora me siento muy solo.
Al ver su mirada completamente ida comprendí que era inútil razonar con él. Únicamente podía distraerle.
-No hago más que apartar de mi lado a la gente que me importa- continuó el hombre acercándose a mí y alejándose de la barandilla –. Esta tarde he discutido con un gran amigo. De hecho, mi único amigo. Siempre se ha creído mejor que yo. Cuando se ha plantado delante de mí y se ha burlado de mi obra, no he aguantado más. He cogido la navaja de afeitar y le he amenazado. No entiendo qué me ha pasado.
-No se preocupe- le animé-. Seguro que vuelve.
Estuve hablando con aquel desconocido durante toda la noche.
Me desperté con un intenso dolor de cabeza. Me había quedado dormido sentado en el portal de un sucio callejón. Todo me daba vueltas. Empecé a recordar. La conversación con Bernadette, el loco que se quería suicidar, mis palabras de consuelo, cómo  yo también había sucumbido a la absenta para olvidar mis propios problemas…Me reincorporé como pude y fue entonces cuando recordé que aquel desconocido me había metido algo en el bolsillo de la chaqueta. Se trataba del boceto de un paisaje salpicado de intensos colores. Las pinceladas parecían cobrar movimiento. Abajo, casi ilegible, su nombre, “Vincent”.
ANA VIÑALS