viernes, 18 de febrero de 2011

La danza blanca y el cielo negro

Hola a todos!:) Gracias a las instrucciones he logrado llegar a esta pantalla donde me dispongo a poner mi primera entrada. Cómo el relato de subperspectiva aún está en construcción cuelgo un texto que tengo por aquí y que escribí la semana pasada. Espero que lo disfruteis. Ánimo con los relatos y que nos atraviese la uña de ningún muerto!

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La danza blanca y el cielo negro

Observaba, con los dientes afilados y ávidos, la nocturnidad de la calle: El silencio, la luz blanca de las farolas y el dibujo rugoso de los árboles deformes. La intimidad que se filtraba por las ventanas de los edificios, desbordaba su calidez hasta tocar con mi cuerpo que era, por esas horas, nada más que un frío espectro.
Hervía la sangre mis ojos  de insecto. Yo era un extraño ser de piel dura, impermeable a la condensación de los espejos de los baños, al irritante y preciso timbre de los despertadores, al ritmo de las conversaciones banales o a la melodía de cualquier acto cotidiano. La calidez de lo que sucedía allí arriba hacía aún más sórdido el espectáculo que estaba a punto de comenzar abajo.
Trigo me miraba con sus ojos opacos y negros sentado sobre la acera. Interrumpiendo el habitual camino de vuelta a casa, lo había atado a una farola y me había quedado a su lado de pié, inmóvil. Al principio había arrugado varias veces el dorado pelo de encima de los ojos en señal de desconcierto, pero este gesto pronto se había disuelto en un lánguido bostezo. Curiosas almas las de los perros, pensé. Mientras Trigo, probablemente no pensaba nada.
 La densidad metálica de aquel instante no pesaba sobre su mirada hueca. Sin embargo, ahora  había avanzado lentamente dos pasos hacia la carretera, y la euforia me recorría como una ducha de hilos fríos y afilados. Ahora me sentía como un imán hacia en cual apuntaban todas las cosas, e incluso Trigo me observaba fijamente.
Desaté el placer anudado en los cordones de mis zapatillas de deporte, que cayeron blandamente. Después arrojé con ímpetu los tenis hacia atrás y contagiándome de esa energía me desprendí también de los calcetines.
Mis pies desnudos se me hacían extraños. Delicados fantasmas, sensibles y blancos sobre el asfalto oscuro y grasiento. La carretera se extendía bajo mis pies, como una gran masa negra recalentada,  barnizada por la humedad de la brisa nocturna.
Mis pasos se deleitaban por el terreno peligroso, cada vez más rápidos pero sin perder el tono, sin perder un milímetro de la atención en cada uno. Era mi danza blanca en la noche, a cada paso mis pies besaban el turbio suelo - manchándose de la amalgama pringosa de mugre, aceite de coche y petróleo derretido- empapándose de la ciudad misma.
Mi blanco cuerpo se desfiguraba en aquel sórdido baile agitando mi espíritu como luchando por romper la negra piedra que pesaba dentro.  Los golpes de la piedra en mi pálido cuerpo y la imagen de Trigo, con su ingenua alma animal, alzando su cabeza sobre la ciudad inerte, me hicieron sentir por un momento, el equilibrio de todas las cosas.

Celia Espona Pernas

miércoles, 9 de febrero de 2011

Entra el hombre de Arena

- ...Tuyo es, mío no.
Y con el final del “Jesusito de mi vida” ha empezado la noche de Jack.

Ya ha rezado por todos. Por Mamá, por Papá y por lo abuelitos. Hasta ha rezado por Socks, su perro, aunque estuvo pensado hasta el último momento si se lo merece, porque por la mañana había mordido su coche de juguete favorito, dejando la marca de un colmillo justo en el centro del capó. Pero Socks es su mejor amigo. Así que al final también ha rezado por él.

Mamá se agacha para besarle la frente, como hace todas las noches, para luego arroparle con el nórdico y taparle hasta el cuello. Afuera hacía frío. Más de lo normal. El invierno está siendo muy duro este año. Pero no es por frío por lo que Jack está tiritando. Y tampoco es por frío por lo que no quiere tener ninguna parte de su cuerpo fuera de la protección ofrecida por la manta. Nota algo. No sabe qué. Sólo sabe que tiene miedo. Y eso le hace tiritar.

Mamá lo ve. Le pone la mano en la pequeña frente para comprobar si tiene fiebre. - No. Sólo es que las sábanas están frías. – piensa para sí misma. Se da la vuelta en dirección a la puerta, haciendo una pequeña pausa a mitad de camino para accionar el cuadro de mando que controla la temperatura de la habitación, para darle un poquito más de calor a la heladora noche.

- Buenas noches Jack. Qué sueñes con bonitos muñecos de nieve.- le dice mamá con voz suave mientras cierra la puerta y apaga la luz. Aunque justo antes de que la cierre del todo vuelve a meter la cabeza en la habitación. – Y recuerda que el hombre de arena no existe...

La puerta se cierra con un gruñido de los goznes. La luz se va. Llega la noche.

Al principio la oscuridad es total, pero las pupilas de Jack se van dilatando lo suficiente para adaptarse a la nueva situación. Poco a poco empieza a ver de nuevo. Por la ventana entra, aunque muy amortiguada por la persiana a medio bajar y las cortinas, la luz azulada de la Luna. No es ni lo suficientemente intensa como para iluminar su habitación, ni lo suficientemente escasa como para dejarla totalmente a oscuras. Es esa penumbra que engaña a los sentidos, que magnifica las sombras, que altera la forma de los objetos, pero que a cambio de manipular la realidad, nos permite ver cosas que no son de este mundo. La lástima es que esta nueva visión no le ofrece a Jack más seguridad. Al contrario. Lo asusta aún muchísimo más. Él sigue bocarriba, con todo su cuerpo metido bajo el nórdico con el estampado de Buzz Lightyear, con la única excepción de la cabeza. Está tal como lo ha dejado mamá. Inmóvil. Con los brazos cruzados sobre su pecho, no vaya a ser que uno de ellos caiga por el lateral de la cama y le dé la oportunidad a la bestia que seguro hay debajo de su cama, de cogerlo y arrastrarlo al mundo infecto donde quiera que viviera esa criatura inmunda.

De repente un crujido en el suelo. Un ruido muy bajito, pero que se escucha con toda claridad en el silencio de la habitación. Papá le ha explicado muchas veces que las casas de madera crujen, algo del frío y del calor que no acaba de entender muy bien, y que es normal. Pero en ese momento Jack es incapaz de recordarlo, y de hecho, no es el típico crujido. Se parece a unos pasos sobre el suelo de la habitación. Como un resorte da una vuelta sobre su eje, quedando bocabajo, aplasta la cara contra la almohada buscando una falsa seguridad. Unos segundos después, o minutos, u horas, Jack no sabe cuánto tiempo ha pasado en esa posición, con los sentidos a mil por hora por si nota algo, se da la vuelta. Poco a poco. Con sólo un ojo abierto, intentado mirar de refilón para saber si hay algo, o peor, alguien, que se lo pueda llevar a esa tierra de “nunca jamás”, mientras el otro ojo continua cerrado, porque en realidad no quiere ver lo que le puede venir encima. Instintivamente, en su giro arrastra a la almohada y la rodea totalmente con sus pequeños brazos, con tal fuerza que hace que el cojín ocupe la mitad de su volumen natural. Y ahí se queda. Con un ojo abierto y otro cerrado. Atento a cada sombra, a cada ruido, a cada movimiento del aire, pensando en horribles criaturas que muerden, vuelan y escupen fuego por la boca. Por la cabeza le cruza la idea de salir corriendo y llegar hasta la habitación de Papá y Mamá, asumiendo el riesgo de que se enfaden con él porque le hayan dicho mil veces que es mayor y que ya tiene que dormir solo. En ese momento está dispuesto a aceptar mil broncas de los papás, pero a lo que no está dispuesto es a abandonar la protección de Buzz y de la almohada. Por lo que se queda ahí. Esperando a que pase algo.

Vuelven a pasar segundos, minutos u horas. La percepción del paso del tiempo hace rato que ha desaparecido. Y sigue ahí, sin oír nada, ni ver nada, ni sentir nada. En un acto de fortaleza extrema, abre los dos ojos, para comprobar que no hay nada ni nadie, intentar tranquilizarse un poco y procurar dormirse. Y en ese momento, al mirar a la otra punta de la habitación, lo ve. La puerta del armario esté abierta. Jack no la recuerda abierta. Seguro que la dejó cerrada. Mamá no soporta que deje la puerta del armario abierta. Sólo puede pensar que hay algo dentro, o más bien, había algo, porque no ve que haya nada en el armario, aunque en realidad, la penumbra no le permite ver con claridad. Pero el hecho es que la puerta está incomprensiblemente abierta.

Se asusta aún más. Vuelve a empotrarse en la almohada. Cierra los ojos. Y empieza a entonar de nuevo el “Jesusito de mi vida” suplicándole a ese niño como él, que el tormento le dure poco.

Otra vez ese crujido del suelo. Más alto. Más cerca. Ya viene. No hay confusión posible; son pasos…

– Jesusito de mi vida, eres niño como yo...

A la mañana siguiente Mamá entra en la habitación, enciende la luz y se acerca a Jack, que tiene agarrada la almohada con todas sus fuerzas. Le da un beso en la frente, como todas las mañanas y acercándose al oído le dice: - Es hora de levantarse, mi pequeño guerrero.

Jack se despierta, se estira dentro del nórdico de Buzz Lightyear y se empieza a rascar los ojos con los puños cerrados. Son esas legañas que se le quedan enganchadas todas las mañanas en los párpados y que él cree que es “la tarjeta de visita” que le deja el hombre de arena, esa historia de miedo que alguien le ha explicado en el colegio. Pero cuando Mamá se da la vuelta para coger la ropa del día, se fija en que hay un reguero de arena que va desde el cabezal de la cama hasta el armario, que tiene la puerta incomprensiblemente abierta.

UPSS!!

Queridos amigos,
Díganme por favor si ahora es un relato :)
Adriana Gamba
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UPSS!!!


Mi hermana Cluny y yo hemos cargado buena parte de nuestra vida con el estigma de ser "conspirativas". Afortunadamente no pensamos así la una de la otra, por el contrario, nos apoyamos en la búsqueda de perspectivas reveladoras que nos lleven a la verdad, libres de toda atadura a lo políticamente correcto.


Recuerdo que de niña -en realidad el recuerdo es de Cluny, pero lo creo-, cuando emitían por televisión la llegada del hombre a la luna, Nieves, la señora que nos cuidaba, dijo con rabia: - "eso es mentira, se creen que soy idiota, es imposible llegar a la luna!!".

Claro que Nieves con su escepticismo paranoide no creía en nada, ni siquiera en las gracias. 


Años después, ese recuerdo encubierto (recuperado gracias a mi hermana!), encontró asidero en teorías bien documentadas que demostraban que el heroico alunizaje había sido filmado dentro de un estudio de televisión. Era razonable, había que ganarle a los rusos en el menor tiempo posible, porque otra hubiera sido la historia si ellos llegaban primero al mítico "queso".



En el 11S mi mente ya estaba mas entrenada y no tuve necesidad de confirmar puntos de vista con nadie, ni con Nieves, ni con Cluny, ni leyendo a los grandes analistas de turno. Estaba claro que se trataba de un autoatentado del que con suerte recién mis nietos podrían lograr obtener alguna evidencia.

Hoy Wikileaks renueva mis esperanzas de poner otras verdades sobre la mesa y de que de una buena vez comencemos a llamar a las cosas por su nombre: que al realista se le diga ingenuo, al pragmático, conformista, y que por fin al conspirativo se lo reivindique como realista. En todo caso, si se escribe de nuevo la historia, habrá que actualizar también el diccionario.



Pero no quiero apartarme del punto al que aún ni siquiera he llegado. Vamos a un país del primerísimo mundo, que está luchando a capa y espada contra la recesión europea, y que incluso parece que podría lograrlo. Sí, me refiero a Alemania.

El tema es que hace unos días me llama Cluny con una emoción extraña en su voz y me dice:

- ¿Sabés qué?... los niños alemanes se están quedando dormidos!!!

Después de sacudirme con la frase de impacto, ella, con su sapiencia médica, continuó explicándome:

- En Cientific Alerts, ya sabés que son muy serios, advierten que el consumo frecuente de un arroz marca Capsi provocaba en los niños "accesos irresistibles de sueño". El término técnico es narcolepsia. No importa lo que los chicos estén haciendo o dónde se encuentren, caen súbitamente como moscas.

No podía pararla ni preguntarle nada y sabía que ella seguiría ilustrándome:

- Aún no se sabe por qué el consumo de arroz no afecta a los adultos, pero el tema ya está en manos de la OMS, que ha prohibido la comercialización del producto, al menos con fines alimenticios.
No tengo que explicarte el impacto que implica algo así en la vida y economía de un país: los niños, alegría de nuestro presente y futuro de nuestra sociedad, completamente dormidos!!
! ... Hasta suena genial! Ni tele, ni videojuegos, ni comics, ni alcohol, ni drogas. No, nada de eso, sólo algo tan simple y económico como hacerlos dormir con un plato de arroz. 
¿Y qué pasa mientras ellos duermen?!

La pregunta me tomó de sorpresa, traté de pensar algo perspicaz, pero afortanudamente ella se adelantó con la respuesta:

- Que hay otros tantos que no lo hacen y toman ventaja, que hay menos gasto de energía, que se necesita menos seguridad en las calles, y fundamentalmente, que circulan menos ideas por la net, por sólo mencionar las cuestiones mas evidentes.



Hice un esfuerzo por imaginar otras "cuestiones menos evidentes", pero no se me ocurría nada -nada de nada-, así que seguí callada, sin que se notara en lo absoluto.

- La pregunta siguiente es:¿y por qué pasa esto en Alemania?!!

Esta vez no me sobresalté, sabía que Cluny me lo diría:

- Tengo varias respuestas: primero, porque hay que quitarle fuerza a la Merkel; segundo, porque la Merkel necesita silencio para trabajar; tercero, porque sencillamente alguien cometió un error logístico.

Todavía no podía terminar de procesar lo de "error logístico" -sonaba a juego de guerra-, cuando Cluny ya me remataba con su conclusión:

- Me quedo con la última opción. Fijate que si situamos en el mapa a los países que reciben desde hace décadas el arroz Capsi -Armenia, Azerbaiyán, Bangladesh, Bolivia, Burkina Faso, Cuba, Corea del Norte, El Salvador, Etiopía, Ghana, Namibia, Filipinas, Tayikistán, Togo, Ruanda, Kenia, Mongolia y Senegal-, se vuelve evidente que Alemania no pertenece al conjunto.



Es cierto, es muy atípico -pensé, porque por supuesto, no llegué a decirlo-. También pensé si ella se acordaría de memoria todos esos países, mientras Cluny disparaba:

- Claro!, hasta ahora a nadie le había llamado la atención que los niños del subdesarrollo vivieran como zombies, porque esto, como todo el mundo sabe, forma parte de su desafortunada naturaleza. Pero cuando esto sucede en Alemania, suena la alarma al instante, incluso antes de que el mundo esté preparado para construir una respuesta adecuada.

Pensalo -me dijo- y me dejó sola de mi lado de la línea, tratando de recordar qué arroz tenía en la alacena de casa.

Siempre me gustó la forma en que mi hermana dice lo que piensa y piensa lo que dice, pero me preguntaba si algo de esto podría ser cierto.

Días después, Cluny me hizo llegar el link de un reportaje que la BBC hacía a Jason Monroe, el magnate suizo de los alimentos. Sin decir agua va, el periodista le preguntó si sabía que el arroz Capsi había llegado a las góndolas alemanas?

Con la cara desencajada y buscando con el alma el botón eyector, Monroe sólo atinó a responder: Upss!!!


Adriana Gamba
Barcelona, 2 de febrero de 2011

lunes, 7 de febrero de 2011

Ámbar

Alice se ve reflejada en el espejo, pero es un espejo un tanto especial, es de ámbar, un ámbar que refleja cada una de las emociones que ha vivido, pequeñas motas que han quedado congeladas en el tiempo, cuando la resina cayó sobre esos sentimientos y las lágrimas la enfriaron. A veces, momentos felices, muchos más momentos tristes, hirientes, crueles, pero que, después del tiempo, solo quedan reflejados en las cicatrices que el ámbar guarda en su interior. Es un proceso que se repite una y otra vez. ¿Quién podía decirle a Alice que era tan duro crecer? Pero, sin saber cómo, el ámbar recubre esa herida abierta y la silencia con su suave dulzor. ¿No parece miel?

Alice descubre en su espejo de ámbar su yo más profundo, aquel que ha crecido, no a pesar de, sino a través de todos esos pequeños fósiles que descansan en su interior, y toca, entre emocionada y orgullosa, sus pendientes de ámbar, regalo de alguien muy especial para ella, mientras nuevas lagrimas resbalan por sus mejillas.

Marisa