jueves, 20 de enero de 2011

La imperfección de la simetría

Por Jordi Barrachina


Al principio sólo daba alas a su obsesión cuando llovía, quizás porque la primera vez fue fruto del aburrimiento propio de un día gris de otoño. Pero pronto aquello se convirtió en una actividad diaria. Y pronto también, se dio cuenta de que aquello no podía considerarse normal, de que esto era una obsesión, algo que se le ha metido en la cabeza y que no se va por más que lo intente. Sabe que se ha convertido en su droga.
Pero hoy llueve y eso la hace sentirse mejor porque no necesita buscarse excusas. Es como más natural. Más sencillo. Como la única alternativa posible a un día de lluvia. Piensa que a lo mejor mañana no llueve y que necesitará una justificación a sus actos. Pero los remordimientos de mañana son eso: remordimientos de mañana. Hoy todavía no importan.

En el fondo no es más que un ritual que se ha repetido invariablemente desde el primer día. Llega a casa y se mira en el primer espejo que encuentra. Es una mirada crítica, indagadora, que busca el culpable del delito. Vendría a ser una mirada que prepara el terreno, como la de un general que observa un mapa del campo de batalla antes de ordenar el ataque. Pero esto dura poco. Sabe que luego va a tener todo el tiempo del mundo para buscar lo que rompe su simetría, lo que genera su imperfección.
Sin prisas, pero con un punto de ansiedad, se prepara para su rito; conecta el mp3 a la cadena de música y selecciona alguna de las carpetas con jazz o blues – hoy toca un poco de BB King - se enciende un Marlboro mentolado, le da una calada y lo apoya en el cenicero para luego ir a buscar dos de las tres cosas que necesita: su espejo cóncavo de 2,5 aumentos y sus pinzas. El tercer elemento lo lleva siempre con ella. Sus cejas.

Planta el espejo en la mesa del comedor y le da otra calada al Marlboro. Mientras expulsa el humo por la boca, va a la caza de su primera víctima. Se acerca al espejo y busca ese pelo de la ceja que rompe la simetría de su cara y que, según ella, la afea irremediablemente. No hay belleza sin perfección ni perfección sin simetría. Sigue sin tener prisa, no quiere equivocarse a la hora de escoger un mártir de su obsesión. Pero siempre hay una primera víctima y a medida que gana experiencia, el espejo tarda menos en mostrarle la elegida, quizás porque cada vez es más hábil en su búsqueda o simplemente porque cada vez hay menos candidatos a ser arrancados de ese par de cejas.
Pero hoy la cosa tarda especialmente poco. Aún no ha acabado su primer cigarrillo y su espejo cóncavo de 2,5 aumentos ya ha señalado al primer culpable de día. Realmente ha sido rápido, extrañamente rápido, pero el culpable es tan obvio que se pregunta cómo no lo vio ayer. Con una práctica propia de un profesional, coge las pinzas y arranca esa nota discordante en su cara. Deja las pinzas al lado del espejo y con la misma mano toma el cigarrillo y le da otra calada. Se mira en el espejo, quiere ver el resultado de su acción. Y lo que ve no le gusta en absoluto. Es como si la simetría, la perfección, la belleza que busca se hubiera alejado en vez de acercarse. Se asusta porque este resultado no es habitual. Pero esta sensación le dura poco. El espejo le devuelve rápidamente una nueva víctima en la otra ceja. Vuelve a coger las pinzas y ataca de nuevo. Sin piedad y sin pensárselo mucho. Apenas siente el tirón en su piel cuando se arranca el pelo, y esta vez siente algo nuevo. Una sensación que no había sentido antes, como de triunfo, como si notara que finalmente ha conseguido su objetivo. Empieza a sonreír en su interior. De la emoción, ni se da cuenta de que apoya las pinzas en el borde de la mesa y caen al suelo, o sí se da cuenta, pero le importa poco. Siente que ha conseguido la simetría, la perfección, la belleza. Lo que tanto desea y ha deseado. Ya no sólo sonríe en su interior, también lo hace por fuera. Esta vez no espera ni a hacer una calada del cigarrillo. Le puede la impaciencia. Va a buscar directamente su imagen al espejo y finalmente, éste le devuelve algo que hace tiempo que ella buscaba: la simetría de sus cejas. Aparta la mirada del espejo, incrédula y nerviosa, pero luego la vuelve a poner en él. Y el espejo cóncavo de 2,5 aumentos le devuelve exactamente lo que había visto unos segundos antes. Una perfecta simetría de sus cejas.

Pero falla algo. Es una visión extraña e inesperada. En modo alguno siente la felicidad que había imaginado para ese momento. Y es que la imagen que le devuelve el espejo no es la perfección que se esperaba, es más, no hay ningún atisbo de perfección en lo que ve. Se aparta y enciende otro cigarrillo. Ahora no fuma con placer, ahora fuma con ansiedad. Vuelve a mirarse en el espejo y recibe la misma respuesta. Hay simetría, pero no hay perfección. Piensa que el espejo miente. Pero no es así. Un espejo puede aumentar, alejar o deformar, pero no mentir y sabe que la imagen que ve no está deformada ya que lo único que hace el espejo, su espejo, es aumentar la imagen en un factor de 2,5.

Repasa toda la superficie de su cara intentando averiguar qué es lo que falla. Quiere saber qué ha salido mal Necesita saber en qué se ha equivocado. Pero por más que le dé vueltas, no llega a ninguna conclusión. En ningún momento piensa que quizás, la simetría es imperfecta o que la perfección puede ser no bella. Eso no cabe en su cabeza. Es incapaz de ver el defecto, porque en el espejo ambas cejas son simétricas, son perfectas, no hay ningún pelo fuera de sitio. Y justo en este momento que le cruza la cabeza esta idea se da cuenta de su gravísimo error. ¿Cómo se le puede haber pasado por alto? ¿Cómo ha sido tan ciega a lo que hacía? ¿Tan grande es su obsesión como para pasarlo por alto? Se siente aturdida, conmocionada, enfadada consigo misma, pero una vez pasado el primer shock, y por un motivo que no llega a comprender de inicio, la revelación que acaba de tener no la desconsuela, más bien todo lo contrario. La libera. Y es que se siente liberada porque durante unos días podrá alejarse de su obsesión y poco le importará si mañana, pasado, o al otro, llueve o hace sol. Podrá desengancharse de su droga durante un tiempo y mientras esta desintoxicación dure no necesitará excusas peregrinas. Pero sobre todo se siente bien porque sabe que su obsesión volverá y que tendrá la oportunidad de empezar de nuevo su búsqueda de la simetría perfecta. Y esta vez lo hará mejor. Mucho mejor. Ya sabe dónde se ha equivocado y no cometerá el mismo error. Nunca jamás volverá a arrancarse todos los pelos de sus cejas.

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