viernes, 11 de marzo de 2011

El efecto Doppler-Fizeau

Don Juan García García –para servirle a usted, a Dios y a la patria - conduce, como hace todos los días, camino del trabajo. Bueno, exactamente como todos los días, no. Aún no son ni las nueve de la mañana y ya sabe que hubiera sido mejor que hoy no se hubiera levantado. Y es que lleva una mañana de esas para echarse a llorar, con el agravante de que sabe que la cosa no va a mejorar... maldita ley de Murphy.

Todo empieza gracias a la compañía eléctrica, que ha tenido la sensibilidad de generar un apagón de madrugada, con lo que la hora del despertador (eléctrico, por supuesto) se fue a tomar por donde la espalda pierde su ilustre nombre. Conclusión: se ha despertado casi una hora tarde. Y continuando con la gentileza de la compañía, el apagón ha durado lo suficiente como para que el agua acumulada en el calentador (también eléctrico, ¿cómo no?) tuviera la temperatura ideal para un Gin Tonic. Vamos, que estaba fría de cojones. En estas circunstancias, el trámite del aseo personal se reduce al mínimo indispensable, limpiarse la cara para quitarse las legañas y pasarse un poco de agua por los sobacos. Todo regado con una sobredosis de desodorante para mimetizar el olor a tigre residual. Y es que hoy va a afeitarse y ducharse con agua fría “Rita la cantaora”.

Desayuno rápido, frugal y frío, no porque no se pudiera preparar un café en condiciones, gracias a Dios la luz ha vuelto, pero es que hoy no tiene tiempo para esos lujos asiáticos. Aguantando una madalena con la boca, coge el móvil: “maldición, vuelve a estar sin batería”, las llaves de casa y del coche. Y tal como sale por la puerta, le espera la tercera sorpresa desagradable del día (o la cuarta si se considera una desgracia desayunar sin café caliente). El cartero se planta justo en su cara para entregarle una carta certificada con un requerimiento de pago por incumplimiento de la normativa de seguridad viaria, vamos, lo que mundialmente se conoce como una jodía multa de tráfico.

La abre. Lee. No encuentra su delito. Sólo hay verborrea legal del tipo bla, bla, bla. Al final lo localiza. Exceso de velocidad en el punto kilométrico 314+159 de la Comarcal 3 entre Palencia y Oregón (la famosa C3PO) el día 13 de febrero (martes). Hora 8:52 a.m. Velocidad máxima permitida: 80 km/h. Velocidad detectada: 103 km/h. Se adjunta fotografía de la infracción. Mira la foto. “Por Dios, ¡qué resolución más mala!, podrían poner una cámara de 50.000 megapíxeles, que hoy en día están tiradas de precio”. Se fija en la matrícula del coche fotografiado. En el hueco de la escalera sólo se oye un “cagontó” como única confirmación de la culpabilidad de don Juan García García.

Sube al coche, arranca y se dirige hacia el trabajo. Empieza a darle vueltas a la cabeza para averiguar qué es lo que pasó, con un cabreo encima que en términos musicales se clasificaría de “in crescendo”…

- 13 de febrero, 13 de febrero… - se dice a sí mismo, auto interrogándose - Ah sí, la noche anterior conocí a esa tía, ¿Cómo se llamaba? Ui, ¿ya no me acuerdo? Lástima – dice con voz de pena - Repetiría sin duda. Buff, menudo despertar. Aquel día sí valió la pena llegar tarde y aguantar la bronca del jefe... Pero me extraña la multa – la pena ya no está. Se fue. Demos la bienvenida a la indignación - No se me suele ir el pie del acelerador – se miente descabelladamente - Tiene que haber un error en la foto. Seguro que la han trucado con fotochopped. Ya no saben que inventar para recaudar – el cabreo está a punto de llegar a su zénit.

Pero lo cierto es que no hubo ningún tratamiento de la imagen con fotochopped, ni tan siquiera con el Windows Paint.

La verdad es que a las 8:52 del martes, 13 de febrero justo en el momento en el que pasaba por el pk 314+159 de la C3PO, en el torrente sanguíneo de don Juan García García quedan unas moléculas de endorfinas (residuo del fantástico despertar de ese día) que vienen de la pituitaria. Aquellas moléculas se han movido por la circulación arterial, hasta llegar al cerebro, momento en el que se sitúan entre dos neuronas, generando una pérdida de concentración sensorial, una sensación de “gustirrinín” muy agradable, y una pequeña corriente eléctrica no deseada que se escapa del cerebro, pasa por la médula espinal, se mete en los nervios de la pierna derecha, ordenando a los músculos de la misma que se estiren un poco. Como la pierna no es nadie para contradecir al cerebro (el jefe es el jefe), el pie presiona un poquito más el acelerador, que se mueve menos de dos centímetros, pero es lo suficiente como para activar un par de palancas y muelles que están conectados a una válvula de mariposa que controla la entrada de gasolina en el motor, abriendo dicha válvula en unos 1,7 milímetros (más o menos, no seamos tan puristas) y aumentando el caudal de entrada de gasolina Súper 98 EcoGuayQueLoFlipas (que según el gasolinero es lo más mejor, aunque no se nota nada la diferencia con la Súper 95 BioCampingGas). En eso que un milisegundo después, la válvula de mariposa de entrada se cierra, dejando prisioneros dentro del pistón del motor, a los cm3 de Súper 98 EcoGuayQueLoFlipas que acababan de entrar. Y para más inri, a un graciosillo (por llamarlo de alguna, porque el apelativo correcto sería “hijo de su madre”) no se le ocurre nada mejor que encender un chispita, haciendo que el motor complete un ciclo de admisión, compresión, explosión (¡ah!... ahora entiendo lo de la chispita) y expulsión mientras se genera una aceleración del coche hasta los 103 km/h, gases, presión, calor y una onda esférica de sonido que se propaga por el espacio en todas direcciones. Este ruido (ojo, no confundir con el reggaetón, que es otro tipo de ruido, pero mucho más destructivo) moviéndose por el aire alcanza un sensor situado astutamente al lado de la carretera, el cual detecta este sonido. Como este es un aparatejo muy listo, calcula la frecuencia y se la guarda en una memoria, porque un milisegundo después, le llega otra onda de ruido procedente también del coche de don Juan García García, el sensor calcula esta nueva frecuencia y la compara con la primera, obteniendo la velocidad a la que va el coche gracias al famosísimo efecto Doppler-Fizeau (también conocido por el “efecto niiiiauuuuuuuuuu...” y que permite saber la velocidad de un objeto conociendo la rapidez con que pasa del niiii al auuuuuuuuuu...). Y ese sensor, que es tan listo porque fue a un colegio de pago, detecta que el coche de don Juan García García va a 103 km/h, con lo que quien se ha pasado de listo es el conductor. Inmediatamente, el sensor genera un impulso eléctrico que se desplaza por unos cables de cobre (que extrañamente aún no han sido robados por esos especialistas del reciclaje ajeno) hasta una cámara fotográfica, la cual reacciona emitiendo luz (no sé para qué el flash, si las condiciones lumínicas son ideales… son las 8:52 a.m. el tiempo está despejado con alguna nube alta pero fotogénica, una suave brisa de 1 m/s de dirección SSE y una temperatura perfecta para no ir a trabajar). La cámara abre el diafragma y aplica una velocidad de obturación lo más alta posible para que la foto no salga movida (las fotos movidas siempre quedan muy mal). Y en este tiempo en el que el diafragma ha estado abierto, el sensor de la cámara ha detectado un primer plano del maletero (y lo que es peor, la matrícula) del coche de don Juan García García, inmortalizando tan memorable momento. Mediante un sistema que en la edad media hubiera supuesto una muerte horrible en la hoguera por hechicería, esta cámara transforma la imagen del maletero (y la matrícula) en ceros y unos que codifica y paquetiza (que palabra más fea) en un archivo, el cual, por arte de birlibirloque (o brujería negra, según se mire, y también penado con la hoguera) gracias a un MODEM GPRS de última generación (para las multas, siempre lo mejor), es enviado vía telefonía móvil con una señal de radio de 3,7 Ghz que va rebotando de antena en antena hasta que llega a la central de tráfico más cercana. El archivo ya está en su casa, donde es despaquetizado (esta palabra es todavía peor) y descodificado, se trata la imagen (sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate...), se lee la matrícula mediante un programa especial (lo cual se utiliza para buscar todo el expediente del incauto conductor) y aparece la imagen de don Juan García García en una pantalla de ordenador de 27 pulgadas, mientras el archivo, otra vez codificado y paquetizado con todos los datos necesarios se envía a una impresora de inyección de tinta a color (en la que el cartucho cian empieza a estar en las últimas), donde se vuelve a descodificar y despaquetizar la información en formato analógico tipo papel DIN A4 de 80 g/m2 (por supuesto que reciclado, que en tráfico son muy ecológicos). La descodificación analógica en papel cae a una bandeja y se almacena ahí hasta que diez días después, el encargado de revisar la información realiza una sinapsis y concluye que el montón de papel empieza a ser escandalosamente grande y tendrá que trabajar algo, no sea que le caiga una reprimenda del jefe cuando suba del carajillo pre-aperitivo de las 11:00 a.m. (hora de Pernambuco). Finalmente, el requerimiento de pago por incumplimiento de la normativa de seguridad viaria (sí, la jodía multa de tráfico), sale de la comisaría dentro de un sobre de franqueo pagado y certificado en un furgón de Correos hasta la estafeta, donde la carta se clasifica con una máquinas (también muy listas porque son capaces de leer incluso la letra de los médicos) hasta que acaba cayendo en la saca correcta, saca que pertenece al cartero que se acaba dando de bruces con don Juan García García el día en el que hubo un apagón eléctrico por la noche.

Aunque lo más gracioso del caso, es que el día en que don Juan García García llegaba tarde al trabajo porque se había ido la luz, el cabreo que sentía en su interior por recibir un requerimiento de pago por incumplimiento de la normativa de seguridad viaria lo incapacitó para detectar una pequeña corriente neuronal que se le escapaba del cerebro en dirección a la pierna derecha, justo en el momento en el que se acercaba al punto kilométrico 314+159 de la famosa C3PO, creándole la cuarta desgracia del día (o la quinta, si se considera una desgracia no desayunar con café caliente). Y eso que aún no eran ni las 9 de la mañana. El amigo Murphy le iba a hacer que el día fuera muy largo.

Nota del Autor: Dadas la numerosas inexactitudes (eufemismo de errores) que se incluyen este texto, con la única excusa válida de la licencia artística (excusa pobre, todo sea dicho), quisiera pedir perdón a los siguientes colectivos y personas: A los médicos, a las médicas, a las enfermeras, a los enfermeros, a los ingenieros, a las ingenieras, a los físicos, a las físicas (en caso de que existan), al Sr. Doppler, al Sr. Fizeau, a la DGT, a los informáticos, a las informáticas (sí, alguna hay…), a la Guardia Civil, a los Mossos, a las Mosses, al Honorable Conseller d’Interior Felip Puig, a George Lucas, a los habitantes de Palencia, y por supuesto a los de Oregón, a Correos, al punto kilométrico, a la compañía eléctrica, al inventor del Gin Tonic (qué Dios lo guarde en su gloria), a los meteorólogos y meteorólogas, al RACC, a los vecinos y vecinas de don Juan García García, al gasolinero, a la pituitaria, a la tía sin nombre de la fantástica mañana, a la gasolina Súper 98 EcoGuayQueLoFlipas, al Sr. Murphy y a todos aquellos que pudieran llegar a sentirse incómodos con las inexactitudes del texto, con la única excepción a los inventores del reggaetón.

Jordi Barrachina. Marzo de 2011

1 comentario:

  1. ¡¡Mariachi!! Sabiendo que eres tú, Jordi, me quedo más tranquilo. Acerca de este relato, la primera mitad me gusta. La siguiente se hace un poco pesada. Pero en conjunto me gusta porque me recuerda a cómo está escrito "El piano de cola", en formato monólogo. Se hace muy divertido. Tu estilo me gusta, sobre todo con el escrito del niño en Navidad luchando por salvar al Caga Tió. Ése es tu obra maestra, sin duda.

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