martes, 20 de diciembre de 2011


Sala de espera
Nada más inspirador que una visita al médico. 
Cuando por fin conseguí  sacarle tiempo al malestar y a encontrar un hueco en la agenda de la doctora, me armé de valor para salir de casa, con paso decidido y animándome con el sol maravilloso que hacía esa mañana. Esta vez tuve la suerte que la médica me viera con sólo una hora de retraso. Cada vez superaba más sus tiempos.
Vi como todos los cinco abuelos que estaban en frente mío se dormían por turnos. Algunos gesticulaban, estirando los labios, como simulando que mordían algo. También arqueaban las cejas y las pestañas, y como padeciendo un tick nervioso titilaban como una bombilla que va a fundirse. En mi cabeza yo imaginaba lo que estaban soñando. El único que consiguió una imagen mas digna, miraba fijamente el infinito, como si se hubiera quedado congelado y parecía que fuera hecho de piedra. A lo mejor nos engañó  a todos y ha llegado a tal nivel que dormía con los ojos abiertos.
Por momentos se deslizaban por turnos lateralmente sobre el espaldar de la banca de madera que hace forma de ese. Uno se chocó con el de al lado sin inmutarse y el que se encontraba más lejos, hizo un rápido solo de equilibrio levantando un poco los brazos. Como cuando los niños están aprendiendo a caminar, pero sentados. Yo de frente me distraje mirándolos e imaginé como sería mi vejez. En el fondo, como un eco seco, escuché la voz ronca de la médica llamando mi nombre.

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