jueves, 1 de diciembre de 2011

Volaron MANCUERNAS como CERNÍCALOS

Salgo de la inconsciencia ayudándome de las palmas de las manos para ponerme en pie. El césped está mojado y noto que de mi cara cuelgan restos de hierba húmeda y barro.
El estadio entero corea «Hijo de puta, hijo de puta». Desde el primer anfiteatro hasta el cuarto. Desde el fondo norte hasta el fondo sur. Mujeres, hombres y niños. Peluqueras, panaderos, estudiantes, camareros, jubilados, parados, minusválidos y prostitutas.
Hay una canción de Vainica Doble que se titula “Dos españoles, tres opiniones”. Aquí ocurre lo contrario: ochenta mil españoles, una opinión. Porque aquí todo el mundo parece estar de acuerdo en que hay un hijo de puta sobre el terreno de juego. El fútbol une lo que Dios ha separado.
El balón está en el punto de penalti. Eso explica mi dolor de cabeza. Alguien me la habrá golpeado y por eso el árbitro ha señalado penalti. También explica que el tío de la perilla de los que van de blanco me venga ahora con ese gesto tan italiano, tan de imitar a una alcachofa con las manos, tan de yuxtaponer las yemas de los dedos.
Este tío es un cerdo, siempre entra con los pies a la altura de la cabeza. Sé que lo he visto en otros partidos.
Seguro que ha sido él quien me ha dado con los tacos en la sien dentro del área. Se lo habrá ordenado el entrenador portugués ese.
Paso de escucharle.
Cuando recupere la memoria, ya ajustaremos cuentas.
Me dirijo a la media luna del área para chutar el penalti. Miro al cielo, y luego, de reojo, a la pantalla gigante del estadio. «Minuto 90», pone. «0-0», se lee. Resoplo. Quizás sea la última oportunidad que tenga de decidir un partido. Mi última oportunidad para alcanzar el estatus de crack mundial. De ser una leyenda del fútbol.
Un futbolista de pelo largo y vestido de blaugrana se me acerca para interesarse por mi estado. «Estoy perfectamente», le digo.
Y digo: «Tranquilo, que este penalti lo meto, te lo juro por mis hijos».
El estadio sigue cantando «Hijo de puta, hijo de puta» al unísono. Creo que es a mí. Que la gente le pida explicaciones al chiflado de la perilla que da coces voladoras en vez de cargar contra mi persona. Él es el pendenciero y yo la víctima, fijo. O que le eche la culpa al personaje de jeto simiesco que ahora se me acerca. Al igual que el de la perilla, va de blanco, y está tan enervado que escupe espumarajos por la boca. Yo le digo «Cállate, chimpancé», me llevo el dedo índice a los labios y hago «Shhh». El futbolista con cara de simio se queda de piedra. Mejor. Así ya puedo chutar el penalti.
Así ya puedo tomar carrerilla y abalanzarme sobre el balón.
Así ya puedo golpearlo con el empeine de mi diestra. Con lo que los argentinos llaman «Los tres dedos». Eso es lo que hago, sí.
Al dispararlo, el balón sale despedido a una potencia descomunal y limpia las telarañas de la escuadra. Ha sido un golazo. El portero no ha podido reaccionar, ha hecho la estatua. Parecía una imagen congelada de sí mismo. Cuando ha visto que el cuero se depositaba en la red, ha mirado al suelo y ha gesticulado un «no» con la cabeza.
Y yo, para celebrar el tanto, corro como nunca antes había corrido hacia el banderín de córner. El griterío del público es ensordecedor. Ahora, el cántico de «Hijo de puta, hijo de puta» me retumba en los oídos. Suena a una potencia devastadora. Definitivamente, es a mí. Empiezo a recordar que me ocurre en todos los campos de fútbol. La multitud siempre se acuerda de mi madre. Qué detalle.
Pero a pesar de sus salmodias, la euforia de haber marcado en el último minuto hace que me desaparezca el dolor de cabeza y que me vea capaz de todo.
Sólo así se entiende que esté desafiando a las masas. Ya en el banderín de córner, le dedico al estadio un corte de mangas. Luego alzo, en un gesto camorrista, mis dos dedos corazones. Y, finalmente, me agarro los testículos con ambas manos y grito: «Chupádmela de canto, desgraciados de mierda». Los cánticos contra mí se intensifican más y más. Desde la grada me lanzan monedas, teléfonos móviles, latas de cerveza y bocadillos. Incluso me percato de que el gentío arroja MANCUERNAS, que me sobrevuelan como CERNÍCALOS acechando la futura carroña. Yo respondo a eso alzando los brazos y apretando los puños bien fuerte, en señal de victoria. El partido es mío. Lo he ganado yo solo, a pesar de la olla a presión en la que se ha convertido el estadio.
Ochenta mil voces contra una. El fútbol une lo que Dios ha separado, pero tanto Dios como el fútbol están de mi parte. Porque soy el más grande.




PÉREZ ITURRALDE LE DA EL TRIUNFO AL BARÇA EN EL CLÁSICO ANOTANDO UN PENALTI QUE ÉL MISMO SEÑALA

Después de marcar el tanto, el colegiado se ha encarado con la afición madridista mediante repetidos cortes de mangas e insultos

Agencia EFE/Madrid 
Pérez Iturralde, el colegiado encargado de arbitrar anoche el Real Madrid-Barça en el Santiago Bernabéu, ha señalado un penalti dudoso en el minuto 88 de la contienda. Tras indicar la pena máxima, un proyectil lanzado desde la grada, presumiblemente un mechero, ha impactado contra la cabeza del árbitro, dejándolo en estado de inconsciencia unos segundos. Al recuperarse del golpe recibido en la sien, Pérez Iturralde se ha dirigido rápidamente al balón, desoyendo las protestas de varios futbolistas merengues. “Las manos fueron involuntarias”, sostiene un defensa del equipo local. El colegiado, que admite haber perdido “la memoria y el juicio” después de la agresión, ha anotado el penalti que él mismo señaló minutos atrás, ante la estupefacción de los futbolistas que había en el terreno de juego. “Me ha jurado por sus hijos que metería ese penalti”, ha afirmado el capitán culé a pie de campo. Acto seguido, Pérez Iturralde ha recorrido la línea de fondo increpando al público y dedicándole varios cortes de mangas. “Nos ha dicho que se la chupemos”, ha asegurado un asistente al estadio. El encuentro ha finalizado con el resultado de 0 a 1 a favor de los azulgranas, gracias al tanto de Pérez Iturralde en el último minuto. Sin embargo, el club merengue piensa “impugnar el partido”, según ha confirmado el presidente blanco en la rueda de prensa extraordinaria que ha ofrecido ante los medios. “Esto es una vergüenza, todo el mundo ha visto lo que ha sucedido”, ha declarado el portero del equipo local en la zona mixta. Por su parte, el técnico madridista ha rehuido de la polémica, aunque ha aludido a un “contubernio entre la UEFA y la RFEF para hundir al Real Madrid”. Pérez Iturralde, en cambio, ha negado la interpretación que ha hecho el entrenador madridista de su arbitraje, y ha prometido, entre risas, que nunca más repetirá “otra actuación así en el Santiago Bernabéu”.






Ivan Piechowski

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