lunes, 19 de diciembre de 2011

Un cuento navideño

Aquí dentro sólo hay oscuridad. Estoy muerta de frío para siempre porque el frío ha calado incluso en mis huesos incinerados. No logro vislumbrar nada del exterior, pero más allá de esta fina capa de cerámica habitan personas vivas. Personas que se hablan entre sí. Oigo a dos.
Una de ellas suelta una carcajada. Dice: «jou, jou, jou».
–Pero, ¿hacía falta que usted, señor Papá Noel, echara la puerta de mi casa abajo? –Pregunta la otra en tono grave–. ¿Por qué tiene la cara llena de hollín si se dedica a reventar puertas en vez de a colarse por las chimeneas? –Dice haciendo algún que otro gallo.
Su voz me suena. Es la de un niño al que una vez conocí. De aquello hace una eternidad, cuando mi cuerpo todavía estaba entero y lleno de vida. Y, por supuesto, mucho antes de que emprendiera este viaje, plagado de violentos traqueteos y misteriosas vibraciones, provocadas por esta cosa que hace «brrrrrrrrrr». Aquel niño se ha hecho mayor. El timbre varonil de sus cuerdas vocales lo revela.
–¡Jou, jou, jou! Son detalles sin importancia –responde el presunto Papá Noel con aire despreocupado–: no me los tengas en cuenta, Jonathan.
¿He oído Jonathan?
¡Pues claro que conozco a ese niño! Jonathan, hijo mío, ven a mis brazos. Están mezclados con los dedos de los pies, el abdomen, las costillas y las orejas. Si los encuentras, húndete en ellos. Qué alegría escucharte de nuevo. Abrázame con todas tus fuerzas.
Pero antes sácame de este sitio tan oscuro. Sácame antes de que esta cosa que vibra y hace «brrrrrrrrrr» me mate a cosquillas.
–Mire, señor Papá Noel –dice Jonathan–: váyase por donde ha venido. Ya tengo suficientes problemas como para atenderle. –Hace una pausa y dice–: Si se marcha ahora mismo, obviaré lo que le ha hecho a mi puerta.
Por favor, Jonathan: dame un achuchón y seré la ex persona más feliz del mundo.
–¿Te refieres a tus problemas sexuales con Marta? –Pregunta el supuesto Papá Noel–. Sí, ya veo que vas a solucionarlos esta noche con una cena para dos –observa en tono burlesco–. Si quieres que me vaya, hazme un favor: lee esta carta en voz alta.
Se hace el silencio durante unos segundos.
–Querido Papá Noel –dice Jonathan–, papá me ha dicho que mamá se ha ido de vacaciones a Siberia y que no va a volver jamás. Pero yo quiero verla otra vez –a Jonathan se le entrecorta la respiración–. Te lo suplico, tráemela de vuelta y te juro que nunca más le prenderé fuego al gato.
Desde aquí dentro puedo oír cómo las lágrimas de Jonathan resbalan por sus mejillas, cómo se sorbe la nariz y cómo deja caer la carta al suelo.
El idiota de tu padre se inventaba unas mentiras patéticas. Si tuviese las glándulas lacrimales a pleno funcionamiento, yo también lloraría. Al menos podría haber dicho que me había ido a Copacabana. Qué pena de hombre, por Dios.
–Pero tú seguiste quemando al gato –vocea el presunto Papá Noel–, por eso no te la he traído de vuelta en estos últimos veinte años.
–¿Ha venido mi madre? –Pregunta Jonathan entre sollozos.
            –La mala noticia es que está muerta –dice el hipotético Papá Noel mientras coge la urna en la que están depositadas mis cenizas–. La buena noticia es que sí, está aquí.
Una vez fuera de la oscuridad, compruebo que, definitivamente, se trata de Papá Noel. Su barba, blanca y espesa, le llega hasta la barriga, tan abultada como si estuviese a punto de parir un ser vivo. Sostiene una pipa de brezo con la boca, y masculla alegremente canciones navideñas mientras le da caladas a alguna clase de tabaco aromatizado danés. Todo su atuendo es rojo y blanco y está impregnado de hollín.
Papá Noel me coloca con suavidad sobre la mesa del salón, al lado de un par de platos soperos, una botella de vino y varios cubiertos de plata.
            Hola, Jonathan. Soy yo, tu madre. ¿Te acuerdas de mí?
            “Margarita Fernández Aguilar”, pone en mi urna.
            Jonathan me mira con los ojos rebosantes de lágrimas. Su semblante es idéntico al de la última vez que lo vi. Entonces tenía nueve años. Lo único que le ha crecido es el vello facial y la nariz, y sigue peinándose con la raya en la derecha.
            –¡Feliz Navidad, Jonathan! –Exclama Papá Noel–: ¡Alegra esa cara, jou, jou, jou!
            Soy yo, la misma que dormía contigo cada noche porque el rugido del motor del camión de la basura te hacía temblar de miedo. Soy la misma que te cortaba el bistec a tiras con las tijeras para que no te atragantases con algún nervio. ¿Lo recuerdas?
            –Creí que se había ido a Siberia de verdad –gime Jonathan.
            –No –le replica Papá Noel–. En realidad, murió por ti. –Se toma un pequeño respiro y sentencia–: Tuvo un accidente de tráfico mientras iba a buscarte al colegio.
            Perdóname, cielo. Es que llegaba tarde, y jamás soporté verte solo, triste y decepcionado conmigo en la puerta del colegio. Cada vez que me retrasaba, llorabas temiendo que te hubiese abandonado. Llorabas tanto como estás llorando ahora. Por eso aceleré demasiado en una curva y colisioné contra un tráiler que transportaba productos congelados. A partir de ahí, se hizo el frío. Para siempre.
            –¿Y por qué papá me ha mentido todos estos años? –pregunta Jonathan mientras se seca las lágrimas con las manos.
            Siento mucho haberme muerto, más que nada porque ese día no pude recogerte a tiempo.
            –Piensa un poco –responde Papá Noel con una sonrisa de oreja a oreja–: así se aseguraba de que no reclamases tu parte de la herencia cuando cumplieses los dieciocho.
            Tu padre y sus cuentos chinos. Déjalo estar, ya se morirá algún día y sabrá lo que es bueno.
            Una canción de los Pet Shop Boys interrumpe la conversación. Jonathan se lleva la mano derecha al bolsillo y se saca una especie de teléfono inalámbrico, pero más pequeño. Se lo queda mirando un segundo que se hace eterno y luego alza la vista hasta encontrar los ojos de Papá Noel. Los Pet Shop Boys salen de ahí, del teléfono.
            –Es Marta, ¿no? –le pregunta Papá Noel mientras le arrebata el teléfono.
            –¡No, espera! –grita Jonathan mientras trata de evitarlo inútilmente.
            Papá Noel pulsa un botón del teléfono y los Pet Shop Boys dejan de sonar. Con la mano derecha lo sostiene a la altura del oído. Mientras tanto, su brazo izquierdo se ocupa de mantener a Jonathan a raya.
–¡Hola, Marta! –Exclama Papá Noel–: ¡Jou, jou, jou!
¿Hola? ¿Perdone? –Pregunta Marta, cuya voz telefónica suena lejana y algo difusa para mí.
–Perdonada estás, querida –afirma Papá Noel, vigoroso.
¿No es este el número de Jonathan? ¿Usted quién es?
–Sí, es el número de Jonathan –responde Papá Noel–: lo que pasa es que Jonathan está indispuesto, y he tenido que contestar yo a tu llamada. –Le da una calada a la pipa y se presenta–: Soy Papá Noel, aunque también me puedes llamar Santa Claus y San Nicolás. –Se queda en silencio un segundo y concluye su presentación–: Tengo muchas identidades porque me han puesto en orden de búsqueda y captura en varios países por allanamiento de morada. 
            –¡No le hagas caso, Marta! –Grita Jonathan a pleno pulmón mientras trata de alcanzar el teléfono–. ¡Este hombre está loco!
            –¿Qué?
            –Dice que está emocionadísimo porque su madre ha venido a verle –dice Papá Noel.
            –¿Ha venido desde Siberia? ¿Qué tal se encuentra?
            –Está un poco hecha polvo, pero lo lleva bien –responde Papá Noel mirándome de reojo–. ¡Ven ya mismo a casa de Jonathan a conocerla!
            ¡Sí, que venga ya mismo! Qué ilusión, voy a conocer a mi nuera. Cielo, este sería el día más maravilloso de mi vida si no estuviese muerta.
            –Ahora voy.
                Abatido, Jonathan deja de dar aspavientos y le extiende el brazo a Papá Noel. Este le responde devolviéndole el teléfono. Por un momento, todo se tranquiliza. Jonathan se mete la mano en el bolsillo de los pantalones y se saca un paquete de cigarrillos. A continuación, se lleva uno a la boca y lo enciende.
            No fumes delante de las cenizas de tu madre, niño.
Todo se mantiene en calma unos minutos hasta que, desde donde antes estaba la puerta, se oye una voz femenina que dice:
            –¿Jonathan?
            –¡Marta! –Exclama Jonathan–. Ven aquí, Marta.
            Marta corre por el salón tan rápido como sus piernas se lo permiten, esquivando muebles y sillas, hasta fundirse en los brazos de Jonathan, que sostiene el cigarrillo con la mano.
            Hijo mío, te doy la enhorabuena: es más guapa de lo que imaginé, incluso. Y parece limpia.
            –He visto la puerta en el suelo y he creído que te había ocurrido algo terrible –le susurra aliviada al oído–. Jonathan –dice–: ¿y tu madre?
            –No pasa nada, cariño –le dice Jonathan en voz baja y acariciándole suavemente la cara.
            –Marta –interrumpe Papá Noel–, tengo un regalo para ti. –Mete un brazo en la bolsa y dice–: Los problemas sexuales de Jonathan no tienen solución, pero los tuyos sí. –Extrae de la bolsa un aparato violeta de forma fálica y exclama–: ¡Feliz Navidad, Marta!
            Y se ríe a carcajadas:
            –¡Jou, jou, jou!
            Ante la mirada atónita de Marta y Jonathan, Papá Noel coloca el aparato de forma fálica al lado de mi urna. Esa cosa es tan grande como un antebrazo, y no para de vibrar y de hacer «brrrrrrrrrr». El traqueteo de la mesa es insoportable.
            Jonathan, quita esto de aquí, que me está haciendo la vida imposible.
            –Y mirad –dice Papá Noel mientras toca la base del artilugio–: si pulsáis este botón, suena un villancico en inglés.
            Silent Night, Holy night
            –¿A que es una preciosidad? –Pregunta Papá Noel, dándole una calada a la pipa.
            All is calm, all is bright
            Con tanto zarandeo, el aparato de forma fálica pierde el equilibrio y choca contra la urna.
            Round yon Virgin Mother and Child
            Mi cabeza, mis piernas, mis brazos y mi espalda pulverizados empiezan a arremolinarse dentro de la urna. Jonathan, quítame esto de encima, que me ha hecho cosquillas durante todo el viaje.
            Holy Infant so tender and mild
            Dame un abrazo a mí también, que tengo frío.
            Sleep in heavenly peace
            Y esto me está matando.
            Sleep in heavenly peace.
            Me está matando de risa.

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